Biblioburros y comunidad
Alberto Montero - 25.09.2010
Mientras que nuestras escuelas están siendo utilizadas para producir una generación de analfabetos funcionales gracias a que a algún iluminado se le ocurrió pensar que a la sociedad del conocimiento se accede entregándole a los niños un ordenador y enseñándoles a navegar por Google, en algunos lugares y para millones de niños los libros siguen siendo la única posibilidad de evasión de la dura realidad que les circunda.
Estaba leyendo sobre la bonita tarea que desarrolla la Fundación Etíope para la Educación y Libros para la Infancia llevando libros en carreta a los niños etíopes de zonas rurales cuando, a través de un comentario, he llegado a este video sobre un colombiano que replica en su país y a título personal lo que aquélla Fundación hace en Etiopía.
Comportamientos como los de este hombre rompen el paradigma sobre el que se construye la mayor parte de la economía y de la filosofía dominante. Su ejemplo quiebra la idea del individualismo como patrón antropológico de conducta humano y refuerza la convicción de los que creemos que el hombre no es antropológicamente egoísta, individualista y maximizador, como lo quieren pintar, sino que se ve compelido a actuar así en un sistema que libró y ganó su primera gran batalla el día en que logró la separación entre la producción y el hogar lo que significó, a su vez, la separación de los productores de los medios de producción. Ese día, como cuenta Zygmunt Bauman, los lazos que unían el hombre a la comunidad y a los valores solidarios que en ella predominan se deshicieron, liberando al acto de ganarse la vida de la red de lazos emocionales y sociales sobre la que estaba entretejido. Y, así, el hombre se vio empujado a un entorno hostil en el que, primero la coerción, y luego la inseguridad y la precariedad, fueron usados como agentes disciplinadores con la suficiente intensidad como para acabar diluyendo la importancia de los valores propios del comunitarismo.
Comportamientos como los de Luis Soriano son los que se echan en falta en nuestras sociedades postmodernas y ante los que, por lo tanto, nos admiramos e incluso emocionamos. Y esa emoción es precisamente la expresión de la nostalgia que sentimos ante lo que hemos perdido a cambio de una presunta mayor libertad para la elección; a cambio de la ruptura de unos vínculos que exigían de una cierta ética, de una responsabilidad compartida para promover y atender el bienestar colectivo; en definitiva, de una mayor seguridad común.
Es también por ello por lo que este tipo de comportamientos son más frecuentes en sociedades en las que la existencia de formas comunitarias de convivencia siguen aún vigentes; formas de vida basadas en la solidaridad y el cuidado mutuo, en la atención a los débiles y en la preocupación por el otro, en la anteposición de la seguridad de los miembros ante las contingencias frente a una libertad que no es más que pura ficción cuando se carece tanto de recursos como de oportunidades para acceder a ellos.
Quiero pensar que todos seguimos llevando un hombre como él dentro de nosotros y que, si nos atreviéramos a sacarlo, los días del capitalismo estarían contados.